Recuerdo cuando Al Gore, aquel Demócrata
Atari, dejó de ser vicepresidente de Bill Clinton. El más verde de los
congresistas se dedicó a las charlas por palabras – muy suculentas, por cierto
– y fundó “Generation Investment Management”, “The Alliance for Climate Protection” y “Kleiner Perkins Caufield & Byers”. Por aquel entonces, le bastó
la campaña “We” y lanzar una verdad incómoda, una verdad a medias, para captar
la atención de millones de personas, y de pasó institucionalizar y defender los
subsidios a las tecnologías de energía verde en las que él mismo tiene grandes
inversiones.
Que estamos en un cambio climático, nadie lo niega. Lo que se obvia es
que es un proceso natural, que ya ha pasado el planeta en el que estamos. El
fenómeno de las glaciaciones es parte de nuestro soporte terrestre. Hace más de
12.000 años dejamos el periodo frío y vamos hacia un cambio. Que el CO2 que los
humanos expelimos a la atmósfera acelera este proceso, eso es evidente. Aunque
también es cierto que el planeta ha padecido, sufrido o disfrutado de ocho
glaciaciones – sin que el ser humano tuviese que ver nada en ello – y estamos
en noveno evento glaciar. El clima que se ha desarrollado en cada una de esas
glaciaciones o tapas glaciales varía alternativamente entre glaciar e
interglaciar. Actualmente estamos en un periodo interglaciar que comenzó hace
10.000 años (antes de la utilización de los combustibles fósiles) de forma
coherente.
De lo que debemos ser conscientes es que no
sólo afecta el cambio – natural o artificial – en la atmósfera para el progreso
este proceso de cambio climático, también influyen otros aspectos como las
variaciones cíclicas de la órbita de la Tierra alrededor del Sol, las
radiaciones galácticas, los cambios en la actividad solar o el vulcanismo,
entre otros tantos. Un ejemplo claro es el ciclo volcánico de La Palma. En sus
primeros 60 días expulsó más CO2 a la atmósfera que toda la UE en el 2019.
Nadie nos explicó cómo ni por qué en abril
del 2011 el agujero de la capa de ozono sobre el polo norte se cerró. En ese
momento, la industria verde fiel a Al Gore y los movimientos medioambientales
callaron la noticia y las explicaciones. ¿Interesaba?, ¿o el silencio era el
mejor aliado?
En 2018 la NASA pudo demostrar que el agujero
de ozono en la zona ártica se había reducido un 20% respecto a 2005, y en 2019
presentó su tamaño más pequeño conocido. Y todo esto sin una política efectiva,
consistente, realista y comprometida a nivel mundial.
A pesar de sustituir los clorofluorocarbonos o
HFC (gases industriales) por hidroclorofluorocarbonos (HCFC), y el parón en la
actividad en el 2020 – debido al Covid19 – en agosto el agujero ártico comenzó
a crecer hasta alcanzar los 24.000.000 de km2. El motivo fue el frío
tan intenso en la capa de ozono, debido al invierno austral.
Para sustituir HFC por HCFC permitimos que
los distintos países occidentales nos dictasen un precio, el famoso impuesto
del CO2 que supuestamente alimenta a toda esa industria “verde” que sufraga,
por ejemplo, el gas que se compra a Rusia y Argelia, o el carbón que hemos
dejado de extraer en España y que se compra a Marruecos.
Mientras que los gobiernos verdes, progres y
ecológicos nos conminan, con sus voces y la carestía energética, a consumir
menos energía. Sin embargo, nadie piensa en localizar más la industria – en vez
de globalizarla – esto traería consigo una fuerte reducción en transporte y una
mayor industrialización ecológica, con la consiguiente creación de empleo local.
En vez de usar y aplicar el impuesto verde del CO2, podríamos invertir el
esfuerzo en un producto local, aunque más costoso, más adecuado a los
estándares de calidad y medioambiente.
Producir en países asiáticos o en vía de desarrollo, es más barato – a pesar,
paradójicamente del transporte –, pero eso no nos importa ecológicamente aunque
ello conlleve explotación humana e infantil, y mayor contaminación o mayor
ataque al medioambiente.
Mientras que al europeo medio se le expolia
con impuestos ecológicos, países como China aumentan su producción de CO2 en
valores absolutos y porcentuales, sin ningún tipo de apremio. Un dato
interesante es que todo el esfuerzo que hace la UE por reducir las emisiones,
sólo supone un 8% del grueso mundial. China produciendo casi 54 veces más C02
que España se toma y arroga la libertad de aumentar su producción contaminante.
Otra medida muy útil sería aparcar el uso de
redes sociales, para dedicarnos a ser más social con quien tenemos al lado.
Quizás seríamos más felices y haríamos a otros más felices. Estamos en la época
del Smart Data, BI, IoT, y otras tantas nomenclaturas que nacieron al amparo de
tus o nuestros datos y el Big Data. No hay red social que no capte nuestros
gustos, hábitos, tendencias religiosas, políticas y de opinión. Datos que no
sólo generan marketing y dinero, sino que son usados para alimentar un mayor
consumo y máquinas de Inteligencia Artificial que decidirán por nosotros.
Un solo dato, alrededor de 3.810.000.000 de
personas utilizan las redes sociales en el mundo (según el informe de DataReportal).
Casi la mitad de la población mundial. El uso de RRSS se ha calculado en una
media de 145 minutos por persona y día. El consumo medio de una Tablet, sin
carga, es de 5,9W/h.
De lo que debemos ser conscientes es que no
sólo afecta el cambio – natural o artificial – en la atmósfera para el progreso
este proceso de cambio climático, también influyen otros aspectos como las
variaciones cíclicas de la órbita de la Tierra alrededor del Sol, las
radiaciones galácticas, los cambios en la actividad solar o el vulcanismo,
entre otros tantos. Un ejemplo claro es el ciclo volcánico de La Palma. En sus
primeros 60 días expulsó más CO2 a la atmósfera que toda la UE en el 2019.
Nadie nos explicó cómo ni por qué en abril
del 2011 el agujero de la capa de ozono sobre el polo norte se cerró. En ese
momento, la industria verde fiel a Al Gore y los movimientos medioambientales
callaron la noticia y las explicaciones. ¿Interesaba?, ¿o el silencio era el
mejor aliado?
En 2018 la NASA pudo demostrar que el agujero
de ozono en la zona ártica se había reducido un 20% respecto a 2005, y en 2019
presentó su tamaño más pequeño conocido. Y todo esto sin una política efectiva,
consistente, realista y comprometida a nivel mundial.
A pesar de sustituir los clorofluorocarbonos o
HFC (gases industriales) por hidroclorofluorocarbonos (HCFC), y el parón en la
actividad en el 2020 – debido al Covid19 – en agosto el agujero ártico comenzó
a crecer hasta alcanzar los 24.000.000 de km2. El motivo fue el frío
tan intenso en la capa de ozono, debido al invierno austral.
Para sustituir HFC por HCFC permitimos que
los distintos países occidentales nos dictasen un precio, el famoso impuesto
del CO2 que supuestamente alimenta a toda esa industria “verde” que sufraga,
por ejemplo, el gas que se compra a Rusia y Argelia, o el carbón que hemos
dejado de extraer en España y que se compra a Marruecos.
Mientras que los gobiernos verdes, progres y
ecológicos nos conminan, con sus voces y la carestía energética, a consumir
menos energía. Sin embargo, nadie piensa en localizar más la industria – en vez
de globalizarla – esto traería consigo una fuerte reducción en transporte y una
mayor industrialización ecológica, con la consiguiente creación de empleo local.
En vez de usar y aplicar el impuesto verde del CO2, podríamos invertir el
esfuerzo en un producto local, aunque más costoso, más adecuado a los
estándares de calidad y medioambiente.
Producir en países asiáticos o en vía de desarrollo, es más barato – a pesar,
paradójicamente del transporte –, pero eso no nos importa ecológicamente aunque
ello conlleve explotación humana e infantil, y mayor contaminación o mayor
ataque al medioambiente.
Mientras que al europeo medio se le expolia
con impuestos ecológicos, países como China aumentan su producción de CO2 en
valores absolutos y porcentuales, sin ningún tipo de apremio. Un dato
interesante es que todo el esfuerzo que hace la UE por reducir las emisiones,
sólo supone un 8% del grueso mundial. China produciendo casi 54 veces más C02
que España se toma y arroga la libertad de aumentar su producción contaminante.
Otra medida muy útil sería aparcar el uso de
redes sociales, para dedicarnos a ser más social con quien tenemos al lado.
Quizás seríamos más felices y haríamos a otros más felices. Estamos en la época
del Smart Data, BI, IoT, y otras tantas nomenclaturas que nacieron al amparo de
tus o nuestros datos y el Big Data. No hay red social que no capte nuestros
gustos, hábitos, tendencias religiosas, políticas y de opinión. Datos que no
sólo generan marketing y dinero, sino que son usados para alimentar un mayor
consumo y máquinas de Inteligencia Artificial que decidirán por nosotros.
Un solo dato, alrededor de 3.810.000.000 de
personas utilizan las redes sociales en el mundo (según el informe de DataReportal).
Casi la mitad de la población mundial. El uso de RRSS se ha calculado en una
media de 145 minutos por persona y día. El consumo medio de una Tablet, sin
carga, es de 5,9W/h.
9.204.960.000 = horas en redes sociales al día
(2,416horas)
19.822.881.360kWh/año = 19.822.881,36 MWh
4.361.033.899,2 € (precio medio del MWh=220)
Ahora pensemos.
https://es.wikipedia.org/wiki/Al_Gore
https://es.wikipedia.org/wiki/Glaciaci%C3%B3n#Cambios_en_la_atm%C3%B3sfera_terrestre
https://www.france24.com/es/20190312-greta-thunberg-simbolo-ecologista-mundial
https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/medioambiente/que-fue-de-el-agujero-de-la-capa-de-ozono/
https://datosmacro.expansion.com/energia-y-medio-ambiente/emisiones-co2
https://www.google.com/search?client=firefox-b-d&q=Porcentaje+co2+ue
https://es.statista.com/estadisticas/711610/ranking-mundial-de-los-principales-paises-emisores-de-gases-de-efecto-invernadero/
https://climatetrade.com/es/que-paises-son-los-mayores-contaminadores-de-carbono-del-mundo/