Estoy enamorado, no puedo
negarlo, y me consta que se nota. Así que me place hacer gala de ella. ¡Sevillanos
todos!, sabed que…
En una tarde de otoño me
besó sin pudor alguno, y sentí la calidez de sus labios y el frío de un repelús
que recorrió mi cuerpo; ese momento marcó mi vida. Fue…, ¡estremecedor! Desde
ese instante comencé a quererla, a amarla, a dorarla, a entregarme a ella.
Y llegó, por primera vez, el instante en el que me dejé acurrucar en el regazo de unos brazos de pétalos de jazmines y azahar, y me sentí halagado con
aromas de incienso y limonero. En el
adorno de sus ojos y con el susurro de su voz, brillaba el “gorgojeo” veraniego
del grillo en los espacios agosteños.
Volé entre la Hispalis y la
Traiana bañándome en un Guadalquivir de
naranjos en flor que a Bajoguía se encaminaba. Sentí el pasado, mi presente y
el futuro, retozando en verdes prados de antaño cuando los arroyos surcaban su
cuerpo y las lagunas adornaban su estilizada figura de curvas sinuosas que aún
perduran.
Por eso amada mía no me
cansaré de admirarte, de recorrerte y besarte en cada rincón donde se respire
amor bajo tu luna o bajo el sol de este cielo turbador.
Tú mejor que nadie sabes que
me endulzas la vida en cada plazuela, esquina o rincón cuando me ciño a tu
cintura y me pierdo en tus ojos. Cara a
cara eres irrenunciablemente bella, erótica y acaramelada, suave, dulce y
excitantemente altiva.
En la calidez y en la soledad
de tus momentos, en tu orto y en tu ocaso, en tu noche o en tu día, sabes que entregaría
la vida por ti.
Eres historia en mi vida,
eres mi vida misma; eres tú, la fantasía, la música que siempre soñé; eres…, la
mujer que no quise imaginar en mi vida. Por todo esto, y por cosas que no debo
confesar, te quiero ¡Sevilla!
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