lunes, 2 de febrero de 2015

¿Razonamos los sentimientos o los vivimos?



Leyendo el artículo de CAFÉ QUIRON sobre “El Precio del Amor”, os recomiendo que lo leáis (http://cafe-quiron.blogspot.com.es/2015/02/el-precio-del-amor.html), no he podido resistirme a reflexionar sobre el tema.


El amor es un estado afectivo que influye en nuestro ánimo de forma vital, es tan enérgico que nos impulsa a actuar y a vivirlo.

Razonar el intenso sentimiento del amor puede – y sólo digo puede, en casos extremos – afectarnos de forma patológica, porque ese sentimiento parte de nuestra propia insuficiencia como seres humanos, y como tales necesitamos esa búsqueda o encuentro con otro ser; aquí en el amor no hay suficiencia que valga.

Evidentemente buscamos reciprocidad en ese deseo de unión. Por eso – algunos de vosotros – me habréis oído decir, en ocasiones, que más que buscar en la pareja gustos iguales o diferentes, o actividades de común interés o dispares, lo importante es encontrar valores muy cercanos. Los valores son uno de los pilares para que las relaciones humanas encuentren reciprocidad, amén de nuestra visión de la vida y el rumbo que marcamos.

¿Qué hay detrás del intento de razonar un sentimiento como el amor? La respuesta, por supuesto, es íntima.


En alguna ocasión he expresado, en círculos muy  íntimos, una parábola de aproximación entre los sentidos y los sentimientos. Confieso que juegue con ventaja en ese momento. Por aquel entonces muchos no llegaron a comprender, quizás ceñidos más en lo cognitivo o en la estructura de la inteligencia clásica;  o quizás – es otra opción – no tuvieron en cuenta la inteligencia emocional. Fuere como fuere, se perdieron la fábula.  Hoy os la quiero regalar, se trata de un cuento(1)  que leí en un libro en el que aprendí mucho más de lo que creí. Dice así:

En una ocasión, el Señor de las Tinieblas convocó en su tenebroso palacio a los más encarnizados enemigos del hombre y se dirigió a ellos de la siguiente manera:
– Llevo miles de años intentando destruir al hombre, acabar con su existencia, para ello he creado todo tipo de conflictos y guerras, pero cuando parecía que al final lograba lo que tanto anhelo, aparecía Él y evitaba que el ser humano desapareciera de este planeta. A veces aparecía disfrazado de sonrisa, otras de una mano amiga e incluso a veces de una simple palabra de consuelo y, sin embargo, a mí nunca me engañó, porque siempre supe que tras los mil disfraces se ocultaba mi más temible enemigo, el Amor. Entregaré la mitad de mi reino a aquel que de vosotros que me traiga el cadáver del Amor entre sus brazos. (1)

Hubo muchos murmullos y aullidos. El Odio dio un paso al frente y abanderó aquella apuesta. Pero en una esquina alguien sonreía, alguien que tapaba su rostro con un gran sombrero negro.

Pasado el tiempo, el Odio fracasó. Luego lo intentaron la Pereza, la Rutina, la Desesperanza y otros tantos enemigos del hombre. El señor de las Tinieblas se dio por vencido, pero en ese instante se adelantó aquel ser que tapaba su rostro con un gran sombrero negro y dijo:
– Yo traeré el cadáver del Amor.

Pasaron años, y un día aquel ser desconocido apareció con el cadáver del Amor entre sus brazos. Nadie creía la hazaña. El señor de las Tinieblas, de forma incrédula, dio un salto ante la grandeza que contemplaban sus ojos. Y no tuvo más remedio que entregar, con satisfacción, la mitad de su reino; pero antes de eso preguntó:
– Y bien, amigo, ¿quién eres?

De forma solemne, aquel ser se quitó el sombrero, se descubrió y dijo:
– Soy el Miedo.

Cuando el miedo nos domina, nuestro corazón se desboca, nuestro cuerpo se tensa y nuestro cerebro no funciona bien. En ese momento sentimos que nuestra vida peligra y atacamos, nos aislamos o huimos. Ninguna de estas reacciones permite que tratemos a los demás como si los quisiéramos, porque nadie quiere a alguien a quien teme y nadie teme a alguien a quien de verdad quiere. Cuando uno se aleja de los demás, también se aleja de sí mismo y por eso uno en lugar de aprender a quererse, aprende a temerse. (1)



Hace mucho que llegué a la conclusión, quizás equivocada, aunque con la certeza que era mi conclusión trabajada desde lo más íntimo, que el amor y el miedo son dos los sentimientos más fuertes que existen; y ambos son enemigos el uno del otro (en lo concerniente a las relaciones humanas).

¿Razonamos los sentimientos o los vivimos? ¿Amor o miedo?


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