Si yo tuviese un hijo,
comenzaría por quitarle miedos de cuentos inculcados, no me gustaría que
tuviese miedos.
Comenzaría por decirle que los lobos no son malos, que no
atacan al ser humano y que algunas leyendas cuentan que cuidaron y amamantaron
a bebés; y que ninguna historia – que yo haya oído – habla de maldades con los
niños. Le diría que las lobas tienen un instinto maternal tan fuerte como mamá, incluso son capaces de
dar la vida por sus pequeños.
Seguiría diciéndole que son seres vivos sociales,
tan sociales que son capaces de anteponer los intereses de la manada, a los
propios; que son competitivos y sacrificados; que como los humanos buscan un
líder (el Lobo Alfa) que los dirija; que son tan leales que no dudan de su
líder, lo siguen y acatan su estrategia.
Si tuviese un hijo, le diría que el lobo mata para sobrevivir, igual que el ser humano. Aunque a veces lo nuestro es gula, vicio y perversión. Que la mala fama que tiene el lobo de matar rebaños enteros no es debida a su instinto asesino, sino a la incapacidad del hombre para entender y adaptarse al medio en el que se desenvuelve.
El lobo, hijo mío, es un animal tan noble como admirable. Cuando seas grande, estúdialo y aprende. Si aprendes algo de él, vuelve a mí, será el momento de explicarte quién es el hombre. Te mostraré como, incluso, los romanos – una civilización tan fuerte para occidente que su derecho aún perdura entre nosotros – utilizaron a Luperca para reconocer un error cometido con sus hermanos.
(Un párrafo de lo que fue el borrador de “El Manchón de los Lobos”, hoy “El Secreto de la Judería”)