Finalizando los años 70s (1976-77), tendría entre 12 y 13 años, una vecina muy preocupada, por lo excéntrica de mi actitud, le preguntó a mi madre. – ¿Qué le ocurre a tu hijo?, ¿le pasa algo?
– ¿Por qué, qué ha hecho; algo malo? – preguntó angustiada mi madre.
– No, mujer, verás, pero es
la comidilla del barrio – dijo para hacerse de rogar; como si ella no estuviese
deseando contarlo.
Mi madre insistió y esta
buena señora le espeto, en voz baja, casi susurrando, como si de un alto
secreto se tratase.
– Tu hijo, el mayor, corre
por las calles.
– ¿Cómo que corre? – dijo
asombrada mi madre.
– Sí, sí, corre sin sentido
por las calles.
Que ellas no le encontrasen
sentido, no significa que para mí no lo tuviese.
Con el tiempo aquello se
hizo adictivo. Me gustaba, me relajaba y me motivaba. Es más lo usaba como acicate
para todo en la vida. Ese esfuerzo, aquel sobreponerme a las debilidades y
superarme. Aquel control de la respiración a mi forma – siempre respiré mal,
por la boca – me llevaba a dar sprints sin perder tiempo en tener que respirar.
Mi capacidad pulmonar aumentaba y ponía a prueba extrema mi organismo.
Con el tiempo ya no me sentí
solo. Cada vez más eran los que corrían por calles, parques, caminos, por todo
lo urbano, o junto al río.
Unos lo llamaron footing, running y otros jogging. Lo cierto es que yo trotaba,
iba al paso, a veces corría lento, otras alzaba el fémur en horizontal y me
sentía volar, otras veces esprintaba. Iba a mi aire; me sentía feliz. Así
disfruté hasta el otoño del 2016, cuando me partí la rodilla en un accidente.
El tiempo, los kilos, los avatares y sobre todo mi dejadez me doblegaron. Pero
como decía Mc Arthur, ¡volveré!
Otro episodio de mis “excentricidades” fue cuando en 1992 puse límite a algo
que mi cabeza venía tramando hacía años, y no me atrevía a hacer en solitario. Estaba
claro, yo era un raro, ¿cómo se me podían ocurrir aquellas “locuras”? Por aquel
entonces era una aventura arriesgada y osada.
¿Soy intrépido o temerario?, ese era el debate.
Lo cierto es que vivía en un mundo de certidumbres programadas y buscaba expansión, riesgo, aventuras. Pero en mis locuras y aventuras quijotescas todo estaba diseñado, medido, revisado una y mil veces en aquellas noches oníricas y fantasiosas. Había comprado un mapa cartográfico en el Instituto Geográfico del Ejército. Aprendí a interpretar, medir, trazar, ubicar puntos y me identificaba en los espacios. Era el momento de llevarlo a la práctica, era el momento de ¡la aventura!
Más que convencer embauqué a
un compañero de trabajo. Y decidimos ambos – reconozco que usé todas mis armas
para persuadirlo desde su visión más que desde la mía(1) –
embarcarnos en la aventura: cruzar la sierra norte sevillana campo a través,
desde Almadén de la Plata hasta el pantano del Pintado.
Aquello supuso tener una
bronca, de las grandes en casa, tuve que imponerme a mis padres; y con mi novia
hubo algo más que enfados. Pero yo, ya había tomado la determinación. Era mi
prueba.
Juan Antonio, el susodicho
embaucado, y con la aquiescencia de Mª José – su mujer –(2), y yo lo
organizamos todo. Aprovechamos el puente del 1 de mayo. Muy temprano llegamos a
Almadén de la Plata. Por aquel entonces, en la entrada del pueblo, existía un
cuartel de la Guardia Civil. Entramos los dos en las dependencias, mientras
ella nos esperaba en el coche junto a “rambo”, un pastor alemán que nos
acompañaría en la aventura.
Paredes encaladas, todo muy austero. A la derecha, en la pared, un cuadro con el escudo del Cuerpo. Fasces compuestas por un haz de varas rodeando a una segur – todo un símbolo de los cónsules romanos – cruzada por una espada – autoridad y fuerza; remataba la simbología una corona real, todo un símbolo.
En el centro del habitáculo, una mesa de madera muy vieja con un cristal que enlucía la tapa superior. El travesaño frontal, como los laterales, casi alcanzaban el suelo. Tras ella, detrás de la mesa, un sargento sentado, y algo más escorada a la izquierda un mástil y una bandera de España. El centro superior del plano, lo coronaba un cuadro del rey.
Aquel sargento, de barriga redonda
y prominente, de bigote blanquecino y poblado, estilo morsa o walrus moustache;
respondió a nuestra irrupción en aquel espacio con una mirada por encima de sus
gafas y deslizando éstas hacia la puta
de la nariz.
– Buenos días – dije.
– Buenos días caballeros.
– Buenos días mi sargento –
maticé el saludo. Aquella expresión de reconocimiento le gustó; su comisura no
se inmutó, pero sus ojos brillaron – vamos a realizar una travesía desde Almadén
al Pintado, Y supongo que debemos ponerlo en conocimiento de la autoridad,
¿cierto?
Balbuceo incrédulo – ¿Que van
a hacer qué, de dónde a dónde? – un impasse – ¿por dónde dicen que…?
En su desconcierto saqué el
mapa del cilindro portaplanos y lo extendí en la mesa – De aquí hasta aquí, y
por aquí. – Señalé los puntos en el plano y el camino de nuestra deriva.
– Pero…, ¿a campo a través?
¡Pero, si por ahí no hay caminos! Además todo eso son fincas privadas.
– Ah, pero no es de libre
circulación – esgrimió Juan Antonio.
Nosotros no sabíamos nada
sobre las normativas, leyes o permisos; y mucho me temo que pusimos en jaque al
bueno del vetusto número de la benemérita.
– Bueno, veréis, yo lo que
puedo hacer es avisar a las fincas, a los guardas, para que no os metan un
tiro. – Dijo con una media sonrisa, intentando mantener el rigor. – ¿Y cuánto tiempo,
decís que vais a tardar?
– Hoy es viernes, el domingo,
habremos llegado al pintado. Dos días – dije sin dudar.
Tomó un trozo de papel, mientras
con la cabeza hacía constantes signos de negación, apuntó un número de teléfono
y dijo – Bien, este es el trato. Una vez halláis alcanzado el Pintado, allí hay
una venta, la única, tiene un teléfono; tenéis que llamarme cuando lleguéis. De
lo contrario, saldremos a buscaros. Si el domingo antes de las doce de la
mañana no tengo vuestra llamada, vamos a por vosotros.
Un apretón de manos sirvió
para dar pie a la aventura. De la aventura o desventura, de la odisea no voy a
hablar por no cansar. Cumplimos in extremis, sufrimos, nos divertimos y fue
algo para recordar con cariño toda la vida.
A partir de aquel instante
comencé a andorrear por el campo. Comencé a abrazar la naturaleza a corazón
abierto. Vi y compartí espacios con ciervos, jabalíes, zorros, conejos, águilas,
toros bravos, lobos, búhos, cárabos, garzas, fochas, culebras, alacranes, salamandras…
Aprendí a ver los sonidos del campo y a respirarlos. Y fue cuando oí una palabra llamada senderismo(3). Pero eso vino después.
Sí, soy un excéntrico. ¿Y qué? Que me adelante algo a los demás, al rebaño (como nos
califican ahora algunos políticos y científicos advenedizos), no significa que sea raro, sino que lo visualizo antes.
Es curioso, cuando no
existían estudios regalados de electromecánica; yo era ya mecánico, electrónico, en aquella extinta FP2 (hoy FP de Grado Superior) y tenía estudios avanzados de informática(4).
Pues con el Coaching Ejecutivo basado en Procesos Empresariales, me huele que va a ocurrir lo mismo. Cada vez más su aplicación se extiende a procesos comerciales, a las dinámicas de equipos, al liderazgo, al diseño de negocios, la Inteligencia Emocional y Directiva (Soft Skills), y al futuro y éxito de las empresas.
De profesión: Mis herramientas. Coach Business | Ayudo a mejorar RESULTADOS en Empresas y Negocios. Entrenador de Directivos, Ejecutivos, Equipos de Trabajo y Comerciales.
(1)
¡Curioso!, esto se llama
vender. Y yo que no servía para ello [creencia limitante].
(2)
Ella fue el apoyo moral y logístico
de empresa. Nos dejó a las afuera de la población. Y fue nuestra receptora al
llegar al punto acordado.
(3)
Algunos defienden que el senderismo
nace en Francia, en 1947 tras la 2ª Guerra Mundial. En 1996, el País Vasco fue la primera comunidad autónoma que mediante un
Decreto reguló la utilización de la señalización de senderos en su territorio.
En 1997 se impartió, por primera vez el curso de Técnicos de Senderos. A partir
del 2001 el mundo senderista comenzó a madurar en España. Hoy cuenta con una
red superior a los 60.000 km.
(4)
No sería hasta la
publicación del Real Decreto 453/2010, de 16 de abril, cuando se establece el
título y formación de Técnico en Electromecánica.