Una
vez me enseñaron que la Política
era el bello arte de lo social. Pero amigos, esta es nuestra democracia. La que
le hemos permitido a unos políticos mediocres.
sábado, 24 de agosto de 2013
martes, 20 de agosto de 2013
Ermita
Tú, pequeñita, bonita y serrana que tantos
momentos de paz diste a mi vida. Me acogiste, en tus brazos, cuando la mar me
hizo zozobrar y cuando el fuego de la ira calcinaba mi alma. En tu seno descansé
cuando mis lágrimas se confundían con la mar.
Tanto si me rebelé y al cielo grité por groseras influencias, o cuando al mismo cielo supliqué; siempre estuviste ahí, blanca y encalada, mirando a la sierra y a ese valle de un Víar con el que siempre soñé. Un día, de pequeño, me enseñaron tu camino; y a ti volveré siempre, siempre por caminos torcidos, subiendo cerros y cruzando arroyos, en compañía o en soledad, siempre volveré.
ESPADAS
Desde
pequeño quise tener una espada. Quise jugar con espadas de maderas. Siempre me
la negaron por significar violencia. Lo cierto es que soñé con filigranas de
colores alzadas al aire en juegos de libertad, donde la mente volaba libre en
los sueños más nobles, creando castillos de fino cristal. Me negaron ser pirata
o un caballero que libraba mil batallas en busca de su princesa, me negaron el
altruismo del héroe que muere por una causa. No llegué, ni siquiera a jugar, a
ser el Gran Capitán.
Con
los años sigo soñando. Dicen algunos que soy un soñador porque creo en ir más
allá, creo en un Plus Ultra (ojo, fuera de todo significado político). Tenga la
edad que tenga me gusta conservar la fantasía de un niño con la templanza de
los años, no es incompatible.
Alguien,
hace poco, me regaló una antigua daga árabe – sin duda con historias de
batallas tenebrosas –. Es sólo un adorno que conservo aunque le tenga un cariño
por el gustillo de lo autentico, y también por quien me la regaló. Sin embargo no
me dice nada, no tiene significado propio.
En
mis recientes vacaciones, disfruté de la clausura monacal, de la naturaleza que
me evocó alegrías de antaño y de una estancia en Toledo. Busqué y no encontré,
pero un día por las calles toledanas hallé. Empuñé una espada y dije en voz
alta – ¡guapa, eres mía! – El dependiente vio sorprendido una venta temprana y
fácil. Para mí significó otra cosa.
En
mí casa – con ella en la mano – antes de darle su ubicación decorativa
definitiva, encuentro el sentido que busqué. Llegaron recuerdos y sensaciones,
momentos y sueños, palabras y reflexiones. ¡Reflexiones! Las palabras del
cisterciense hermano Abdón – La espada es el símbolo del discernimiento. Con
ella podemos separar todo aquello que nos confunde que nos ata, nos esclaviza o
sujeta. A veces, liberarnos de aquello que nos sujeta, evoca un cierto combate.
Algunas veces, los enemigos peores son los más cercanos, incluso los
encontramos a nuestro lado, los que van con nosotros: nuestro ego, nuestra
superficialidad.
Ahora,
habiendo tomado consciencia, y de forma casi ritual, digo – ¡Espada, este es tu
lugar! –. Como decimos aquí en Sevilla, de forma cofrade, una vez instalada en
la pared, “¡ahí queó!”. Y le di nombre de reina mora de Seüilla; tomando el de ITIMAD. Sirva desde ahora para recordarme esa necesidad de
discernimiento.
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