lunes, 7 de enero de 2019

De profesión..., mis herramientas.


Yo que fui conducido – en cierta ocasión – a una pequeña, oscura y reflexiva estancia en el interior de la tierra, he adoptado ese punto reflexivo. Es algo que hago en ocasiones, pero debiera hacerlo más a menudo, con mayor frecuencia: interiorizar. Buscar las verdades y mentiras que admito en la vida, por mis propios actos o por los de otros, por complacencia o temeridad, por inconsciencia o por no dejar a la luz los miedos de siempre.

A veces nos hace falta visitar el interior de la tierra, para rectificar y encontrar la piedra oculta que somos.

Al fin y al cabo, ¿qué somos?, ¿lo que los demás creen que somos, o somos – en realidad – lo que nosotros mismos creemos que somos?  ¿Una piedra bruta que vamos desbastando y puliendo a lo largo de nuestra vida?

La verdad, la luz, o como queramos llamarlo nos asusta. Ya decía Platón que “podemos perdonar fácilmente a un niño que teme a la oscuridad; pero la real tragedia de la vida es cuando los adultos le temen a la luz”, y yo añado a la verdad.

A la edad perfecta, en el lugar conocido sólo por los hijos de una…, digamos vida introspectiva, permites licencias, un lujo sólo al alcance de algunos. Y ello no quiere decir que seas tonto, aunque tuviese cara de ello. Amistades, seres íntimos, compañeros, conocidos, ¡todos!, sin excepción pasan por el tamiz “de luz”. Aunque a veces dejas por complacencia o temeridad, por inconsciencia…, o por temor a tus miedos, que la regla no sea perfecta.


La reflexión me retrotrae a aquellos estudios de mi primera Formación Profesional en Metal. De un trozo de acero en bruto, obtenía una pieza compleja, con sus aristas, ángulos y curvas, todas ellas a las medidas definidas en el plano o croquis, y con las calidades exigidas (me acuerdo de aquellos triángulos). De esa época conservo un calibre o pie de rey que me recuerda la medida de mis días; un comparador de reloj, de mi padre que también era mecánico, que me acerca a la idea que una centésima de milímetro puede ser suficiente para que un acto no sea aceptable; un calibre “pasa-no pasa” que me acentúa la convicción que hay cosas en la vida que no puedes permitir aunque la diferencia comparativa sea irrisoria; una escuadra y un compás que me recuerda de dónde vengo y hacia dónde voy.


Con el tiempo añadí, a esos objetos queridos por su simbología y aprendizaje, una piedra de canto que me demuestra que mis aristas son romas, romas y redondeadas por la vida, por los avatares, las venturas y desventuras. Y quiero, quiero ser piedra cúbica y pulida; me gustan esas aristas, ángulos y curvas. Es un trabajo de cantero que se aprende desde el aprendizaje más inciático, hasta que llegas a una maestría sólo conocida por algunos.

Es el trabajo de una vida. Unas veces mecánico, otras electrónico, informático, entrenador o consultor de otros, cantero de uno mismo… Yo, de profesión… ¡Mis herramientas! 


Es cuánto.




Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta
“Visita Interiora Terras Rectificatur Invenies Ocultum Lapidum”