Yo
que fui conducido – en cierta ocasión – a una pequeña, oscura y reflexiva
estancia en el interior de la tierra, he adoptado ese punto reflexivo. Es algo
que hago en ocasiones, pero debiera hacerlo más a menudo, con mayor frecuencia:
interiorizar. Buscar las verdades y mentiras que admito en la vida, por mis
propios actos o por los de otros, por
complacencia o temeridad, por inconsciencia o por no dejar a la luz los
miedos de siempre.
A
veces nos hace falta visitar el interior de la tierra, para rectificar y
encontrar la piedra oculta que somos.
Al
fin y al cabo, ¿qué somos?, ¿lo que los demás creen que somos, o somos – en realidad
– lo que nosotros mismos creemos que somos? ¿Una piedra bruta que vamos desbastando y
puliendo a lo largo de nuestra vida?
La
verdad, la luz, o como queramos llamarlo nos asusta. Ya decía Platón que “podemos
perdonar fácilmente a un niño que teme a la oscuridad; pero la real tragedia de
la vida es cuando los adultos le temen a la luz”, y yo añado a la verdad.
A
la edad perfecta, en el lugar conocido sólo por los hijos de una…, digamos vida introspectiva, permites licencias,
un lujo sólo al alcance de algunos. Y ello no quiere decir que seas tonto,
aunque tuviese cara de ello. Amistades, seres íntimos, compañeros, conocidos,
¡todos!, sin excepción pasan por el tamiz “de luz”. Aunque a veces dejas por complacencia o temeridad, por
inconsciencia…, o por temor a tus miedos, que la regla no sea perfecta.
La
reflexión me retrotrae a aquellos estudios de mi primera Formación Profesional
en Metal. De un trozo de acero en bruto, obtenía una pieza compleja, con sus aristas, ángulos y curvas, todas ellas a
las medidas definidas en el plano o croquis, y con las calidades exigidas (me acuerdo de
aquellos triángulos).
De esa época conservo un calibre o pie de rey que me recuerda la medida de mis
días; un comparador de reloj, de mi padre que también era mecánico, que me acerca
a la idea que una centésima de milímetro puede ser suficiente para que un acto
no sea aceptable; un calibre “pasa-no pasa” que me acentúa la convicción que
hay cosas en la vida que no puedes permitir aunque la diferencia comparativa
sea irrisoria; una escuadra y un compás que me recuerda de dónde vengo y hacia
dónde voy.
Con
el tiempo añadí, a esos objetos queridos por su simbología y aprendizaje, una
piedra de canto que me demuestra que mis aristas son romas, romas y redondeadas
por la vida, por los avatares, las venturas y desventuras. Y quiero, quiero ser
piedra cúbica y pulida; me gustan esas aristas,
ángulos y curvas. Es un trabajo de cantero que se aprende desde el
aprendizaje más inciático, hasta que llegas a una maestría sólo conocida por
algunos.
Es
el trabajo de una vida. Unas veces mecánico, otras electrónico, informático, entrenador
o consultor de otros, cantero de uno mismo… Yo, de profesión… ¡Mis herramientas!
Es cuánto.
“Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta”
“Visita
Interiora Terras Rectificatur Invenies Ocultum Lapidum”