Hoy es uno de esos días
tristes, como decía Benedetti:
“Se me han ido muriendo los amigos
se me han ido cayendo del abrazo
me he quedado sin ellos en el día
pero vuelven en uno que otro sueño.
Es una nueva forma de estar solo
de preguntar sin nadie que responda
queda el recurso de tomar un trago
sin apelar al brindis de los pobres…”
se me han ido cayendo del abrazo
me he quedado sin ellos en el día
pero vuelven en uno que otro sueño.
Es una nueva forma de estar solo
de preguntar sin nadie que responda
queda el recurso de tomar un trago
sin apelar al brindis de los pobres…”
Mi abuelo, Pedro, Miguel Ángel, Claudine, José Luis, y ahora tú…, ¡los queridos!
Pocos son los que tuve y con
los que compartí momentos íntimos, pocos son los que fueron, mas jamás dudé de
sus lealtades, y tampoco de sus fueros.
Hay miradas que leen y
dicen, y las hay que te abrazan y hacen. Hoy me llega la noticia de tu adiós a
un horizonte eterno, aunque seguro que mejor, a mí me duele esta despedida.
En el camino te encuentras,
y me he encontrado, muchas deslealtades y pocas virtudes, y otras vergonzosas y
mundanas relaciones que dejo para el caldero de Pedro Botero, pero tú eras la
excepción. Siempre con la sonrisa por bandera, hasta para un adiós.
Hace tres años cuando ni
andar podía, alguien me abordó en la noche y me dijo algo, como mendigando. No escuché,
y huí de su aspecto. Atemorizado por mi incapacidad, hacía distancias, mientras
me seguía por la calle. Y yo afanado en mis torpes muletas, alargaba el paso.
– Al fin la esquivé menos mal – me dije al llegar cerca de casa.
– Al fin la esquivé menos mal – me dije al llegar cerca de casa.
Así encaré ese macareno
barrio de los Callejones.
A la mañana siguiente cuando
salí a la calle, a la luz, volví a encontrarte, .¡eras tú!, esta vez pidiendo,
como si estuvieses haciendo guardia por el entorno. Ahora la distancia era más corta
e inevitable. Me miraste, te miré y me sonreíste. La delgadez extrema por tez,
los ojos hundidos en parpados y cuencas oscuras, tus dientes picados y
renegridos por la droga.
– Soy yo, te acuerdas – me dijiste con dulzura y amargor.
– Soy yo, te acuerdas – me dijiste con dulzura y amargor.
No te reconocí, hasta que
ahonde en tus ojos. Perplejo pronuncié tu nombre en una pregunta incrédula y
dubitativa e intenté darte la mano. Mas tu delgado y huesudo brazo fue más
rápido, y se apartó.
– No quiero nada de ti, sólo que me perdones y que aceptes, ahora sí, este adiós.
– No quiero nada de ti, sólo que me perdones y que aceptes, ahora sí, este adiós.
Desapareciste. Como un velero
que dejé marchar en aguas tranquilas, mientras petrificado no supe pensar.
Hoy me llega la noticia de tu adiós eterno.
Hoy me llega la noticia de tu adiós eterno.
– Nos volveremos a encontrar, amiga, más adelante; por ahora no.