“Solo la verdad puede
hacer felices a los hombres, y todo hombre desea ser feliz, por lo tanto la
verdad tiene que existir o nada tendría sentido”. Cicerón
La diferencia es la valentía, lo
razono:
La verdad se demuestra
con hechos, no con palabras. Las palabras – como mero conjunto de sonidos articulados
– son un arma débil y fútil, a menos que con la reiteración conviertas las
palabras en hechos (extremo que siempre se ha usado mucho en Derecho y en política),
y tus oyentes – a base de mucho repetírselo – crean que son hechos.
En este caso, las palabras
determinaran la verdad, y la verdad la determinará quien proclame las mejores
palabras; y no tienen por qué ser verdad. ¿Retórica o una tautología matemática,
o incluso sofistica?
Muchas veces, oímos
bellas palabras, o palabras que queremos escuchar, aunque le den la espalda a
la verdad, pero es lo que queremos oír y creer. Cuando infieres de forma
correcta más de dos proposiciones lógicas, aunque una de ellas no sea verdad,
la gente te cree, te sigue y te admira; pocos razonan las proposiciones por
separado.
Cuando la gente te
cree, te sigue y te admira, te has convertido en un buen orador; y en ocasiones
– en discusiones – llegas a convencerte de tu verdad – debido a tu reiteración
mental –, y el resto sólo son voces discrepantes a tu verdad.
Cicerón decía: “la narración que encierra la exposición de la causa debe reunir tres
cualidades: brevedad, claridad y verosimilitud... que la expresión, en fin, sea
tal que lo que se dice haga comprender lo que se calla”.
La verdad es que a veces nos dejamos arrastrar
en la falta de verdad, en vez de apoyarnos en el entendimiento de la mente.
Escuchamos al corazón, y distinguimos ahí la verdad de lo falso, y las palabras
de los hechos.
Si tienes la valentía para vivir sin la verdad, puedes llegar a ser un gran
orador.
Es
cuánto.
Nota: No igualo en este escrito el término “orador” a “saber hablar en público”,
aunque pudiese existir quien lo pueda confundir.