Allá por 1996 (en el siglo pasado)
visitaba Madīnat al-Zahrā, una joya omeya en Córdoba – aunque existan aún
incultos de altas palabras y fuera de tono que no la admiren y comprendan –. Por aquella
época estudiaba ingeniería informática. Alguien que admiraba aquello asombrado,
a la vez que yo me deleitaba por octava vez, me dijo – Manuel – cuando a mí me
gusta aquello de Manolo (es más español, andaluz y de “askí”) – tenemos que
hacer un software que virtualice todo esto, que introduzca a las personas en el
entorno y con ambiente. Y yo pensé – y que genere adrenalina, como introducir a
“un yanki en la corte del rey Arturo” –, no lo vi claro, lo confieso. Mis
progresos informáticos no daban para ello y el nivel del sujeto, menos aún.
Técnicamente no teníamos los mimbres,
pero la idea era buenísima. ¡Y sabéis qué…!
Busqué y
encontré lecturas que me transportaban a lugares, tiempos y espacios
envidiables. Retomé aquel “El faro del fin del mundo” de mis once años, o “el
discurso de la mentira” de aquel verano catorceañero en Chipiona bajo una
sombrilla, cuando una rubia algo mayor que yo me ladraba, y yo ni me enteraba,
mientras mi abuelo se reía de mi inocencia de entonces; paseé por Avalón, me
deleité con “El rey de la almadrabas” o “El olor de las esencias”, y otras.
Al final, me
lancé a la aventura: ¡escribir!
¡Creedme!, es
una experiencia que os deseo y recomiendo a todos; un viaje que se dilata en el
tiempo, donde construyes y destruyes, creas y deshaces, viajas e inventas
espacios. ¡Toda una gozada!
En estas fechas, antes que un
video-juego, regala un libro. Acentuarás la imaginación, la creatividad, el
positivismo, la visión de futuro, el gusto por buscar e investigar, la apertura
de mentes. Harás un bien a un ser querido.