domingo, 11 de octubre de 2020

Del maniqueísmo político, a la reducción social.

 


En los tiempos que corren en nuestra política existe un peligro que alinea al individuo en el pensamiento único del partido, de forma emocional, alejándolo de la razón y el estado crítico que lo define como ser.

 

Los responsables de Comunicación de estas entidades políticas, que en ocasiones tienen mayor peso específico que el propio líder, saben que acelerar los pensamientos induce al individuo – y lo distingo de la multitud – a un cambio en su proceso de construir pensamientos. El individuo no es capaz de anclar recuerdos, valores o pilares fundamentales en lo social e incluso familiar. Pierde el foco y con ello su capacidad crítica, entrando en un estado de infantilización emocional que lo lleva a un espacio emocional propicio a los intereses de unos pseudo-ideales.

 

Esto lo consiguen con un programado exceso de información, a una velocidad tremenda que logra intoxicarlo, con técnicas de programación neurolingüística. De forma inconsciente para el individuo, alcanzan el objetivo de modificar sus propios filtros mentales o creencias. Estos son cambiados al antojo para alterar la forma de crear sus pensamientos.

 

Es una técnica que atenta contra la Inteligencia Multifocal, esa en la que se integran habilidades emocionales, sociales y cognitivas. Consiguiendo un cambio de conducta y, por ende, modifica su forma de hacer y sus resultados. El individuo comienza a actuar según el fenómeno de acción-reacción, o estímulo-respuesta. Su forma de pensar es emocional; es entonces cuando deja de usar la razón, el dominio de las emociones e incluso se aparta de mucho de lo aprendido y de lo consciente que hay en él – en pocas palabras – deja el juego interior de trabajar los conflictos de una forma inteligente. Llegados a este punto, no tiene el coraje para pensar y debatir ideas; prefiere, lo fácil, lo emocional y las ideas impuestas. En este caso, las del partido.

 

De ahí la forma callejera de reaccionar de los llamados CDRs (Comités para la Defensa de la República), o los antisistemas de la extrema izquierda, o los “neo
-loquesea” de la llamada extrema derecha. Incluso las respuestas y acciones de algunos ministros/as, vicepresidentas/es, y parlamentarios. Todas ellas envueltas en actuaciones ilógicas, respuestas incoherentes e irracionalidades que sirven como burla popular en redes sociales y en los entornos mediáticos (TV, prensa, radio…).

 

El peligro de todo esto es que a la postre, se crea una insatisfacción crónica en el individuo. Y es ahí donde los partidos vuelven a lanzar mensajes, no los que el individuo quiere oír, sino para los que está programado a oír. Y aquí es donde hay que matizar entre oír y escuchar.

 

Los partidos políticos se han alejado del sentido humanista de la política, aquel bello arte de lo social. El ámbito parlamentario actual está atomizado – donde unos y otros se califican como de extrema izquierda, de extrema derecha, más a la izquierda, más a la derecha, independentistas y rupturistas, constitucionalistas y golpistas – es un juego pendular donde se ha perdido la sensatez, la racionalidad y el consenso, para dar paso a lo material. La pérdida de la moralidad, la justicia social, el bien común, la dignidad de la persona o incluso lo espiritual, han traído la peor concepción materialista de la política, donde ninguno dice la verdad y todos mienten, todos son populistas. Estas organizaciones políticas que se autodenominan como defensoras de lo público, se alejan de la acción benéfica en provecho del pueblo, para acercar el provecho de su acción al partido y a sus adeptos.

 

Para los partidos existen los elegidos y los oyentes. Los que disfrutarán de los beneficios y parabienes de dedicarse a la política, o ser adepto convencido y
defensor furibundo, ellos serán los elegidos en el reino de la luz; y los que oyen – que no escuchan – y sólo sirven para votar 
– los oyentes, serán los que soñarán con tener una vida como la de los elegidos. Su voto es lo que importa, lo que opinen luego, no es relevante; más tarde, cuando sean necesarios, con técnicas muy refinadas conseguirán nuevamente su voto, por mucho que antaño se les haya traicionado.

 

Otra característica actual de los partidos son los buenos y los malos. La derecha será la mala para la izquierda, y la izquierda será la mala para la derecha. El hecho es que si están en la oposición, lo que buscarán es debilitar al contrario – visto como enemigo –; y si están en el gobierno, buscarán batir o eliminar al opositor. Esta es la concepción maniquea incrustada en la actual política española.

 


Hoy nos venden un concepto social muy distinto, incluso nos venden distintos conceptos de nación. Todo parte por romper de forma estructurada conceptos básicos como la familia. Llegando incluso a predominar las ideas del partido a la propia familia. Han conseguido politizar familias, asociaciones profesionales y empresariales, o incluso asociaciones de defensa de derechos del ciudadano y los consumidores. Ha sido una buena táctica para romper el concepto nación desde lo más elemental, la familia.

 

A pesar de todo esto, se puede mejorar. Algunos políticos – lo curioso es que esta idea se plantea en distintos ámbitos del péndulo parlamentario – me hablan de cifras, estadísticas y disciplinas de partido. A todos, sin excepción, les gustaría desafiar con pensamientos desconcertantes y criticar ideas internas de sus propios partidos. ¿Qué conseguirías con eso? – les pregunto –. Algunos me han llegado a responder que quizás nada, otros que reciclar emociones asfixiantes, y hubo uno que dijo: “Quizás vuelva a disfrutar de todo lo bello, de mi familia, de pasear de la mano de mi mujer, de contemplar la naturaleza...”.

Si me tuviese que quedar con la respuesta de uno, sería aquella en la que ambos sonreímos. “¿Y si aparto tanto elogio, tanto ego, y discurso limitado y mediático; y comienzo a hablar de mis fracasos y cómo los vencí o cómo vivo con ellos?”. – ¿En qué te convertirías entonces? – le pregunte.

Sería más humano – fue su respuesta.

 

Todos individualmente, y como sociedad podemos cambiar, reinventarnos y hacerlo mejor. No basta con detectar los errores y aventurarnos a reparar o estañar aquello agrietado. Una mente brillante y emocionalmente saludable parte de la consciencia individual de la persona – alejada de toda intromisión de intereses diseñados –, de una asunción de responsabilidad consigo mismo, y por comenzar a cambiar hábitos.

De PolíticaTM

 

Nota: Hoy 11 de octubre, a las 6:30 – cuando aún el alba descansaba – un empresario y político – sevillanos ambos – se aventuraron a subir conmigo desde el cauce a la dehesa. El impacto en ellos ha sido tal que venían impresionados no sólo con el oído de la berrea,  la alucinación de ver como los ciervos y jabalíes campaban a nuestro alrededor, sino por el hecho de disfrutar colores, olores, sensaciones y vistas amplias. E incluso un alacrán nos sirvió de debate, para razonar lo escrito. Gracias a ambos.  

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