Sólo faltan los olores, pero
si cierro los ojos, llegan aún.
Estas eran las vistas, estos
eran los sonidos y la paz que se respiraba en Escalonias. Sensaciones de un
encuentro interior jamás vivido y saboreado hasta la saciedad de los sentidos.
La vida con estos monjes, su
rutina diaria y sus rezos, me condujeron, de forma suave y templada, a la paz
necesaria para discernir y separar todo aquello que me ataba y confundía, me
esclavizaba y sujetaba.
Liberarme de lo espurio
evocó un cierto combate interno. Los enemigos peores, los más feroces, fueron
los más cercanos; incluso pululaban en mi entorno y en mi interior: el ego, la
superficialidad y la banalidad. En Escalonias puse rumbo hacia un nuevo modelo,
y en el Cimbarra escenifique, en mi soledad, el sacrificio en el altar pétreo que la naturaleza
deparó para tales decisiones.
Y heme aquí preparado para
el resto de la vida.
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