Un día supe de alguien, de
un crío, que su madre se ganaba el dinero limpiando casas, su padre los
abandonó antes de nacer él. Fue a una escuela pública, donde fue algo menos que
uno más, se convirtió en el “tonto de la clase”; evidentemente su ambiente fue
muy hostil y marginal. Fue un chico violento y agresivo, contestón, con malas
notas, sin confianza en sí mismo.
Sin embargo, su madre y su profesor sabían que debajo de tanta piedra y tierra, había oro.
El tonto de la clase siempre esperó a que los listos, los brillantes de la clase hablasen. Un día nadie supo, y nadie habló. Y él, tímidamente levantó la mano. El profesor lo empoderó – ¿lo sabes?, ¿te atreves valiente? – y el chaval respondió. El profesor en vez de darle un “¡bien!”, quedó reflexivo y dijo – no me cabe duda que sabes más, por favor, sigue, échanos una mano.
Aquel chaval sacó todo lo que sabía. El profesor, no lo dudó, tiró de él aún más. Tiró y tiró de él, lo exprimió. Ese niño sin futuro hoy es el mejor neurocirujano infantil del mundo, ¡del mundo!
Con el tiempo, ese niño, Ben Carson fue a rendirle gratitud a aquel profesor.
Debajo de tanta piedra y tierra había oro.
Sin embargo, su madre y su profesor sabían que debajo de tanta piedra y tierra, había oro.
El tonto de la clase siempre esperó a que los listos, los brillantes de la clase hablasen. Un día nadie supo, y nadie habló. Y él, tímidamente levantó la mano. El profesor lo empoderó – ¿lo sabes?, ¿te atreves valiente? – y el chaval respondió. El profesor en vez de darle un “¡bien!”, quedó reflexivo y dijo – no me cabe duda que sabes más, por favor, sigue, échanos una mano.
Aquel chaval sacó todo lo que sabía. El profesor, no lo dudó, tiró de él aún más. Tiró y tiró de él, lo exprimió. Ese niño sin futuro hoy es el mejor neurocirujano infantil del mundo, ¡del mundo!
Con el tiempo, ese niño, Ben Carson fue a rendirle gratitud a aquel profesor.
Debajo de tanta piedra y tierra había oro.
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