martes, 20 de agosto de 2013

ESPADAS




Desde pequeño quise tener una espada. Quise jugar con espadas de maderas. Siempre me la negaron por significar violencia. Lo cierto es que soñé con filigranas de colores alzadas al aire en juegos de libertad, donde la mente volaba libre en los sueños más nobles, creando castillos de fino cristal. Me negaron ser pirata o un caballero que libraba mil batallas en busca de su princesa, me negaron el altruismo del héroe que muere por una causa. No llegué, ni siquiera a jugar, a ser el Gran Capitán. 

Con los años sigo soñando. Dicen algunos que soy un soñador porque creo en ir más allá, creo en un Plus Ultra (ojo, fuera de todo significado político). Tenga la edad que tenga me gusta conservar la fantasía de un niño con la templanza de los años, no es incompatible.

Alguien, hace poco, me regaló una antigua daga árabe – sin duda con historias de batallas tenebrosas –. Es sólo un adorno que conservo aunque le tenga un cariño por el gustillo de lo autentico, y también por quien me la regaló. Sin embargo no me dice nada, no tiene significado propio.

En mis recientes vacaciones, disfruté de la clausura monacal, de la naturaleza que me evocó alegrías de antaño y de una estancia en Toledo. Busqué y no encontré, pero un día por las calles toledanas hallé. Empuñé una espada y dije en voz alta – ¡guapa, eres mía! – El dependiente vio sorprendido una venta temprana y fácil. Para mí significó otra cosa.

En mí casa – con ella en la mano – antes de darle su ubicación decorativa definitiva, encuentro el sentido que busqué. Llegaron recuerdos y sensaciones, momentos y sueños, palabras y reflexiones. ¡Reflexiones! Las palabras del cisterciense hermano Abdón – La espada es el símbolo del discernimiento. Con ella podemos separar todo aquello que nos confunde que nos ata, nos esclaviza o sujeta. A veces, liberarnos de aquello que nos sujeta, evoca un cierto combate. Algunas veces, los enemigos peores son los más cercanos, incluso los encontramos a nuestro lado, los que van con nosotros: nuestro ego, nuestra superficialidad.


Ahora, habiendo tomado consciencia, y de forma casi ritual, digo – ¡Espada, este es tu lugar! –. Como decimos aquí en Sevilla, de forma cofrade, una vez instalada en la pared, “¡ahí queó!”. Y le di nombre de reina mora de Seüilla; tomando el de ITIMAD. Sirva desde ahora para recordarme esa necesidad de discernimiento. 

License

1 comentario: