El
artículo 1 de la Declaración de los Derechos Humanos establece que:
“Todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Y
yo añado que nacemos con creatividad y decisión.
En
los últimos meses nos hemos visto amenazados por el más letal de todos los
enemigos del hombre. No me refiero al odio, la pereza, la rutina o la
desesperanza. Ni siquiera al Coronavirus o COVID19. Me refiero a uno que
provoca que tu corazón se desboque, que tu cuerpo se tense, y que nuestro
cerebro no funcione bien; os hablo del miedo.
Thomas
Hobbes decía que “el poder absoluto no
nace de una imposición de lo alto, sino de la opción de los individuos que se
sienten muy protegidos, renunciando y concediendo la propia libertad a un
tercero”.
Esto
mismo – dicho en el sXVII – es lo que hemos hecho – en el sXXI – con el COVID-19 y con aquellos que abusando
de nuestra confianza, nos mienten, y nos otorgan carta de vasallos.
Nos
han anestesiado con técnicas de ingeniería social. Han jugado con nuestras
creencias, nuestros miedos y han aplicado PNL (Programación NueroLingüistica).
Y creedme porque de esto sé un poco.
Lo
peor de todo es que ha ocurrido en todo el mundo, y si la sociedad civil no
actúa, tendremos en breve un cambio de régimen mundial, un status quo diferente.
En
España nos vendieron la idea de un estado de alarma (el RD 463/2020) donde no
se menciona la palabra confinamiento.
Donde nos limitan nuestros derechos fundamentales, como son el artículo 17 y 19
de nuestra Constitución; los referentes a libertad
individual, y la libertad de
circulación y elección de residencia,
respectivamente. Que sólo se pueden suspender aplicando el artículo 55.1 de la
Carta Magna, previo establecimiento del estado de excepción, no el de alarma.
Esto
es un hecho objetivo. No voy a entrar a valorar los motivos y la concupiscencia
parlamentaria que ya expliqué en un artículo de opinión el 11 de abril. Ni de la idoneidad del confinamiento. Sólo os
hablo de libertades.
A
base de repetir mucho, palabras como confinamiento en intervenciones
ministeriales, de forma repetitiva e intencionada, y en medios de comunicación;
o de insistirnos con palabras como
mascarillas, guantes, gel hidroalcohólico – o hidrogel –, nueva normalidad,
vacuna, ERTEs. Han conseguido parar una economía mundial – lo que jamás se
había hecho –, cerrar empresas productivas y rentables, y destruir empleo. Con
ello han logrado que ni sepamos que mascarilla usar, que nos pongamos los
guantes a sabiendas que son mucho menos efectivos que un lavado de manos, que
gastemos dinero en geles cuando el jabón de toda la vida es más desinfectante,
y yo dudo que una vacuna sea más interesante que un rápido antiviral. De esta
forma nos han mantenido enclaustrados, encarcelados porque hemos vendido
nuestra libertad.
El
ser humano se considera libre, es parte de nuestra naturaleza, pero nos dejamos
abrazar por la sutiliza de una cultura, de una religión y de ideales no
propios. En vez de pensar por nosotros mismos, somos pensados por otros.
Hace
poco despedía a un amigo en la postrimería de sus días. Era sabedor que la vida
se apagaba y se escapa entre los dedos. Amigo, maestro, hombre culto donde los
haya, sabio, filósofo…
En
el largo recorrido de su vida había leído mucho y filosofado sobre ello. Había
influido y había enseñado, había aplacado tempranamente muchas rencillas y
había generado preguntas nuevas allá donde nunca se generó o ni siquiera se
cuestionaba.
En
esos últimos instantes dijo algo que marcó un existir – Mi vida la he vivido condicionado o bajo el pensamiento de otros –
Haciendo referencia a los clásicos leídos y a todos aquellos a los que él
entendió como eruditos y válidos de un pensamiento, corriente o idea; y
meditando serenamente, con su carácter sosegado, se preguntó – ¿y mis pensamientos dónde quedan?
Amigos,
ser libre es un don y un deber del ser humano. Sin embargo nos encadenamos
fácilmente. Y quien no goza de su libertad completa, no es hombre.
Igual
que al toro bravo le presentan una muleta y ciegamente entra al engaño, nos han
presentado miedos y creencias; y han jugado con expresiones que han horadado
sutil e inconscientemente nuestras mentes. Y este engaño nos lo han adornado
con palabras como derecho, vida y democracia.
Del
hombre democrático sale el hombre tirano, ya lo decía Platón (La República). Y
democracia, no es ni más ni menos que una la forma de gobierno de aquellos que
nos embaucan con sus palabras que a veces es interrumpida – históricamente por
un dictador –. Lenin decía que la democracia
es la forma de gobierno en la que cada cuatro años se cambia de tirano.
Con
estos engaños hemos vivido como en aquella película protagonizada por Bill
Murray: El día de la marmota, todos
los días eran iguales. Mientras tanto, ellos – los gobernantes y sus adláteres
– amparados en un supuesto legal estado de alarma construyen su reinado, a
espaldas del pueblo, con toda opacidad, a base de decretos.
Hemos
cambiado el sistema feudal del medievo por uno clientelar y “democrático”.
Ahora no hay duques, condes o marqueses a los que servir; los hemos sustituido
por presidentes, vicepresidentes, ministros, consejeros, alcaldes y otras
especies. Los impuestos son los mismos que aquellos de la Edad Media, y nos
expolian de la misma forma. Los soldados que venían con cascos, lanzas y espadas
a expoliar nuestras casas, granjas, vacas, cabras, hogazas de pan…, ahora son
jueces, agentes judiciales, policías, desahucios, embargos de cuentas, pero
todo ello bajo la maquillada e inmaculada protección profiláctica del Estado de
Derecho.
Nuestra
sumisión o vasallaje es tal que nos debemos a sus prebendas, ideologías o
frases lapidarias con las que nos alinean como rebaño. O en el mejor de los
casos dicen garantizar una cierta seguridad. “La sumisión de los súbditos a su soberano se entiende debe durar tanto
y no más, cuando a éste le dura el poder para protegerlos”, esta frase
también es de Thomas Hobbes, y toma una relevancia importantísima en estos
días.
Nos
roban el libre albedrío, la creatividad, la libre expresión, los derechos
fundamentales, los abrazos, nuestras relaciones e incluso los sentimientos…; y
todo ello bajo el paraguas del miedo.
La
libertad se pierde cuando se agacha la cabeza y se admite cualquier
conculcación de las libertades y derechos.
El
hombre que decide no ser libre, no merece serlo. Es entonces cuando pierde su
propio pensamiento, adopta los de otros y se convierte en un pensado.
De PolíticaTM
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