viernes, 10 de abril de 2020

La política española y los Picapiedras




De entre los temas preferidos en mi adolescencia, dos ocuparon un lugar esencial y privilegiado: la política y la religión. Conflictos y mil batallas por doquier estaban garantizados para aquel adolescente que andaba en una búsqueda a corazón abierto. Mientras que mis compañeros de estudios se debatían entre “chupipandis”, fiestas y discotecas; yo, era pasto de tertulias profundas, juegos sobre la bolsa, y conspiraciones para derrocar modos establecidos en asociaciones filantrópicas juveniles, donde descubrí la existencia de lo que hoy llamamos pederastia. Me divertí de lo lindo, jugando a ser mayor.
 
Pero los años pasaron y no voy a negar que, con el tiempo, coquetearan o coqueteasen conmigo PP, Cs PSOE o UDyP. Por motivos de equidistancias, ocupaciones profesionales o dignidad, rechacé aproximaciones más allá de una simple conversación. Con el paso de los años, lamentablemente, he llegado a un concepto demoledor: no me gusta ningún partido político.

La inoperancia y/o poca productividad de estas estructuras pagadas por el Estado y blindadas por ellos mismos en la Constitución, me causa rechazo. Soy más partidario de no mentir, trabajar duro, eliminar lo superfluo y potenciar la libertad empresarial que sirve de abono al bienestar social. En la Ley Orgánica 54/1978 – en su art. 6, el Legislativo (los políticos) se aseguran que el Estado financiará sus actividades –, o en su heredera la Ley Orgánica 6/2002 – donde pronto, en el art 4.5 – los lobos que cuidan del rebaño – identifican sus propias subvenciones a cargo de los Presupuestos Generales del Estado. Con esta fórmula – “la casta” como la llamaba tiempo ha Pablo Iglesias –establecían una idea adoptada por todos sin, a mi antojo, la reflexión debida.

En 1975 – en España – salíamos de una dictadura donde existió un partido único, con poder y sin oportunidad de oposición alguna; impuesto a sangre, fuego, lágrimas y miserias; y se nos impuso “constitucionalmente” – claro está –, la dicotomía: o más de lo mismo o esto. El resultado fue claro: más partidos con el mismo fin que el del régimen anterior: dominar, mandar sobre el pueblo – dictando sus leyes – y vivir a todo lujo a expensas del erario público.


Parémonos a pensar ¿qué es un partido político?

Levantarán, o estarán levantando, ampollas mis palabras. Lo hago desde la libertad de pensamiento y expresión, y con toda la intención para llamar a la reflexión, pero confío en que existirá convergencia en la definición de un partido político.

Éste se fundamenta cuando un grupo de personas con ideas homogéneas sobre la organización del colectivo social, se unen de forma permanente, para obtener el poder y llevar a cabo ese proyecto social al que han convenido en su seno organizacional.

Es decir, a lo que aspira un partido político es a asumir el poder, para tener la capacidad de mandar y dirigir cómo debe organizarse la sociedad o país, conforme a sus ideas. He de suponer que hasta aquí no habrá discrepancias, porque hablamos de conceptos y definiciones.

Las discrepancias surgirán cuando subraye que cualquier partido político, en dictadura o democracia, busca: 
  • El poder.
  • Imponer sus ideas, formas o proyectos incluso a los que no opinen como ellos.

A tal grado suele llegar la desfachatez de muchos gobernantes cuando aseguran, de una forma segadora y enfermiza, aquello de: "...que los ciudadanos estén tranquilos porque vamos a gobernar para todos, para los que nos hayan votado y para los que no; nuestro gobierno será de mano tendida". 

  • Con actitud severamente orgullosa, prepotente y cínica manifiestan que hayas elegido o no su opción la vas a tener que asumir sí o sí; porque gobernar es mandar y dictar.
  • Asumen que mi idea es la mejor y la tuya no.
  • La mano tendida hace referencia a "serás bienvenido si acatas mis ideas y propuestas.

El poder en democracia, si es por mayoría absoluta – forma eufemística de nombrar“democráticamente” una dictadura –, se impone de forma autoritaria y con pocas limitaciones para dictar y actuar. Acordémonos de los llamados “rodillos” del PSOE o del PP cuando han tenido el poder absoluto a nivel nacional o autonómico. Ninguna oposición era relevante ante sus únicas visiones eufóricas, que ejecutaban y llevaban a la práctica. Convirtiéndose, a la larga, en paranoias o pérdidas de la realidad social.  Para más inri, si el partido que gobierna tiene mayoría en el Legislativo, la sana división de poderes se verá comprometida sin excusas.

Si este poder se ejerce desde una mayoría relativa o en coalición con partidos minoritarios, éstos últimos imponen sus exigencias residuales al resto de la sociedad. Es decir, modelos no adoptados por la mayoría son impuestos para satisfacer exigencias y necesidades de unos y de otros.

El partido político o sus miembros van a justificar siempre, y remarco “siempre”, por todos los medios una concepción suprema: que funcionan como un servicio o instrumento para el bien público o bien común. Es una técnica comercial para apartar posibles objeciones. Cuando el único fin es su crecimiento ilimitado y el poder, prevaleciendo el segundo sobre el primero. Y es en este momento cuando embrocan y confunden el “elogiado” servicio público desinteresado con la demagógica idea para tildar de enemigo al contrincante político.

A partir de aquí, de conseguir el poder y catalogar al enemigo, van a establecer – de forma estratégica, visceral y primitiva – un circunloquio narcisista y de verborrea sofista – donde los restantes partidos se convertirán en enemigos a debilitar, batir o eliminar.
  
Yo que siempre pensé que la política era el bello arte de lo social, me desencanté en dos ocasiones. La primera fue cuando comencé a colaborar en una asociación política para crear ideas sin etiquetas. Fue cuando un buen amigo – cuasi hermano – me dijo – ¿me estás poniendo los cuernos con Manolo Pimentel?, vente conmigo que en el "partido" crecerás más.

La segunda ocasión fue cuando oí aquello de “si lo que buscas es ganar dinero, dímelo, es lo que hacemos en el partido” (he repetido “partido” para no descubrir siglas, pero vamos por muy democráticos que sean unos o republicanos otros,  siguen siendo monárquicos, partidarios de Isabel y Fernando, porque “Tanto Monta, Monta Tanto”).

Y ahora no quiero levantar ampollas, busco que éstas pasen, directamente, de segundo a tercer grado, que afecten a las capas profundas de la piel, al tejido epitelial conjuntivo. Que nos hagan pensar.

Las dictaduras, al menos la que padecimos en la España desde final de la Guerra Civil hasta el fallecimiento de Franco, se caracterizó porque:
  • Sólo existía un partido, el del Movimiento. Hoy en día, ya querrían algunos ser los únicos.
  • No se permitía la existencia de otros partidos (bueno..., hoy se intenta destruir al contrario, convirtiéndolo en enemigo visceral).
  • Existía un solo poder que ejercía el mando, dictando leyes para implantar un proyecto o modelo social y de convivencia (casi igual que hoy, cuando el Ejecutivo y el Legislativo está en manos e influencias del mismo partido).
  • “Mis ideas” son las que prevalecen y el resto no me importa (igual que hoy).
  • Y la separación de poderes era borrosa (Igual que hoy. Partidos que controlan el Ejecutivo y el Legislativo a la vez, Legislativo que influye en el poder Judicial). 
Y lo mejor de todo, es que siempre tienen excusas para todo, por muy débiles que sean.


Antes de finalizar, he de mencionar y calificar que en aquella dictadura franquista se estableció un régimen del terror y que mandó al paredón, en los primeros años de postguerra, a muchas personas sin ni siquiera darles la opción de un juicio, o a través de juicios sumarísimos. Hechos injustificables y, desde mi punto de vista, penales.

Pues bien, hoy en día temo, y tengo terror, que la coalición de los "Picapiedras" (Pedro y Pablo, Vilma y Betty) formada por el actual gobierno, en coalición con la extrema izquierda, ejerzan un modelo social único y no plural, el que imponen los absolutismos que carecen de esa capacidad de identificarse con las sensibilidades y sentimientos del conjunto los ciudadanos del Estado. Ya que sus líderes han demostrado mentir ostensiblemente y de forma continuada y enfermiza sin el más mínimo rubor, no mostrar empatía alguna, un acomodo y querencias bovinas a las tablas, ser sectarios y sobretodo la prevalencia del carácter agresivo y violento del líder extremista, todo poderoso y manipulador, de dudosa valía y confianza para muchos: Pablo Iglesias(1).

Claro está que los adláteres y aquellos que no piensan porque son “pensados” por el partido de turno, podrán decir que no se puede o debe adecuar la política a las particularidades. ¡Ay necios de pocas tintas, vida fácil y abrazafarolas! Ya en nuestra Constitución de 1812, por cierto liberal, en su art. 13 se manifestaba que el fin de todo gobierno era la felicidad de la nación. Pero claro, en las cabezas de cerebro “rectiliano”  y constreñido por anteojeras no es fácil que llegue la luz de la razón.

Por estas o muchas más razones no me gustan los actuales partidos políticos, ni su atomización.


De PolíticaTM




((1)  “…Pido disculpas por no romper la cara a todos los fachas con los que discuto en la TV…”, “…gente más baja que la nuestra…”, su emoción cuando se agrede a un policía, o su admiración por el sistema chavista, y su acusado apego al terrorismo.

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